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20 septiembre 2010

Detrás del Telón

Por: Iván

Esta es la segunda de ocho entregas de “TEATRO POLÍTICO”. En la sección anterior me referí a generalidades sobre el significado del término y al concepto utópico que de esta actividad tenía nuestro primer Padre de la Patria.

El caso de los griegos no fue más que un luminoso paréntesis que estableció enjundiosos parámetros, los cuales, por infortunio, todo a lo largo de la historia de la humanidad, más que ser un patrón de conducta se ha constituido en molestia para los cultores de la política. ¡Qué hubiera sido de la civilización occidental sin la fugaz existencia de ellos; serían lo mismo el teatro, la música, el arte en general, la matemática, la filosofía, si es que aceptamos que existirían!

Desde el Neolítico, cuando se empezó a organizar la sociedad jerárquicamente, apareció la constitución del poder sobre los demás; el sistema político predominante era el absolutista, en el que todo el poder era ocupado por una sola persona, quien muy apartada de la moral humana, basaba su mandato en la fuerza descontrolada o en la ausencia de escrúpulos. Y a continuación del relámpago de Pericles y sus aliados, cuando el poder imperial cayó sobre la civilización romana, por más que estos trataron y hasta lucharon, de repente, virtualmente, desapareció el concepto de política como ciencia con la creación de la sucesión imperial hereditaria. De ahí en adelante todo estuvo descuadrado.

Pero el asunto alcanzó sus niveles realmente alarmantes con la aparición de los teóricos sociales, ¡que Dios los mantengan en el infierno!, los alemanes Carl Schmitt y Max Weber, el francés Maurice Duverger, y todos los antagonistas litigantes de derecha e izquierda, que llegaron a la conclusión, entre el siglo XIX e inicios del XX, de que la política es un juego o dialéctica amigo-enemigo que tiene en la guerra su máxima expresión, o que no es más que la lucha o combate de individuos y grupos para conquistar el poder que los vencedores deben usar en provecho propio.

Por eso tenemos que olvidarnos de las hojuelas, los “yaniqueques” calientes, de la mantequilla y de la miel, puesto que el hablar del teatro político ya no se refieren a una amplia panoplia en la que cabían “Edipo Tirano” de Sófocles, “La Celestina” del Bachiller de Rojas, y hasta “El enemigo del pueblo” de Ibsen. No. Ahora se circunscribe a los predios de la descarnada contienda partidista cuyos protagonistas son los políticos de relativamente nuevo cuño, y de las consecuencias desastrosas de ésta.

Hasta la próxima semana.


1 comentarios:

Anónimo,  22 de septiembre de 2010, 5:05  

dejar en blanco y negro estas investigaciones y analisis es sin lugar a dudas un gran aporte a la cultura del dominicano.

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