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30 agosto 2010

Detrás del Telón



Por: Iván






LOS HÉROES EN NUESTRA DRAMATURGIA


Continuamos hoy con el estudio de la heroicidad en los escritos dramáticos dominicanos. En la entrega anterior me referí sobre el desprecio manifestado por los dominicanos a sus patriotas, a la versión de los famosos y populares cómicos mediáticos en su retrato deformado de la dominicanidad, a la absurda congelación dentro de patrones raciales naturalmente superados, y a la forzada vulgarización que conviene a los grandes inversores publicitarios. Continuamos entonces con el desarrollo de la tesis.

Nuestro arte, en general, y el teatro, en el particular que nos interesa en este momento, mayormente, no han logrado a escaparse de esa concepción enfermizante y parcializada de nuestra naturaleza y potencialidad como nación.

Para apoyar estos conceptos, revisemos un poco:

A partir de la Independencia Nacional, en el 1844, que es cuando podemos hablar de dominicanos y de dramaturgia local, surge, de Félix María Delmonte, “Antonio Duvergé o las víctimas del 11 de Abril”, escrita aproximadamente en el 1856. Hay en esta obra un héroe, ejemplo de dignidad patriótica; pero con final injustamente triste. Esto se convertirá en una de las constantes del héroe en nuestra dramaturgia: la derrota.

En el período indigenista de nuestro romanticismo, que pobló con notable amplitud la escritura dramática de toda la segunda parte del Siglo XIX, como una potestad más directa que disfrazada, fueron obras como: “Ozema o la Virgen Indiana, zarzuela del mismo Delmonte; “Tilema” de Federico Henríquez y Carvajal, en colaboración con José Joaquín Pérez; “Anacaona”, de este último; La Muerte de Anacaona”, de Ulises Heureaux, hijo; “Higuenamota”, de Américo Lugo; e “Iguaniona”, de Javier Angulo Guridi.

En todas ellas, las heroínas, no los héroes, terminarán sus días en lo que es posible considerarse un fracaso.

Con una tendencia igualmente pesimista, también se escriben obras como la versión teatral de la novela “La Sangre” de Tulio M. Cestero, en la cual el héroe llega a ser un antihéroe, que ni siquiera muere en su fracaso, sino que se proyecta enfermizamente al futuro como una maldición de las buenas intenciones dominicanistas.

Son excepciones los textos patrióticos: “El Grito de 1844”, de aquel Heureaux, hijo; y “Los Trinitarios”, de Félix María Pérez Sánchez; quizás por ser más bien estampas de un momento determinado que, verdaderamente, obras teatrales.

Durante el período de la primera intervención norteamericana se concentra una producción de títulos como: La Invasión Norteamericana, de Gustavo A. Díaz; “Los yanquis en Santo Domingo”, de Rafael Damirón, en colaboración con Arturo Logroño; “No más yes o un matrimonio a lo yanqui”, de José Narciso Solá; y “Los quisqueyanos”, de Julio Arzeno.

En todas estas obras, su marcado acento protestativo contra la situación imperante, obliga a un enfoque, si bien positivo, bastante panfletario. Parece ser que en ellas, los héroes, si es que los hay, son simbólicos, grises y superficialmente populares, para ser apreciados como tales. Su intención era agitar, y ciertamente lo lograban.

Durante las dos terceras partes de la Era de Trujillo hay poca producción dramática que interese a nuestro tema: Bienvenido Gimbernard se refiere a la libertad con “Independencia o Muerte”; Delia Quezada escribe con intención retrospectiva, “Quisqueya y la ocupación americana”; y Manuel Marino Miniño con su “Destinos”, después de “Edipo Tirano”, de Sófocles, toca ligeramente el tema de la tiranía. Pero en ninguna de las tres podemos encontrar un héroe verdadero, ni siquiera el parricida e incestuoso tiene la estatura del original griego.

Aún dentro de este período cambia el programa gracias Franklin Domínguez, quien con su “Espigas Maduras”, pone la heroicidad sobre el tapete; tanto los buenos como el malo tienen estatura de héroes. Y, cosa rara, ¡triunfa lo positivo!

Franklin Mieses Burgos produce dos obras que, si bien están relacionadas con el espíritu heroico, en ellas se diluye este personaje que nos ocupa. Son ellas: “El héroe”, y “La ciudad Inefable”.

Otro que escribe en la honda de protesta es Héctor Incháustegui Cabral, quien dentro de su trilogía “Miedo en un puñado de polvo”, en “Prometeo” sobre todo, y en “Filoctetes”, retoma el tema de la heroicidad físicamente vencida, aunque victoriosa en los vecindarios del espíritu.


Hasta la próxima semana.

3 comentarios:

AMAURY,  31 de agosto de 2010, 4:46  

SR. IVAN EL DESPRECIO DE LOS DOMINICANOS SE VE EN EL TEATRO Y EN CASI TODA LA MINIFESTACION CULTURA Y ARTISTICA. ES UN MAL ENDOGENO PARA MI NO EXISTE UNA EXPLICACION CONVINCENTE. ES QUE NO TIENE Y NO VE SAQLIDA AL DRAMA QUE SE VIVE.

Anónimo,  1 de septiembre de 2010, 2:59  

Por un asunto de precisión: Sí hay salidas; pero están bloqueadas por los poderosos nacionales y extranjeros. Puedes pensar que es lo mismo; pero considero saludable que sepamos con certeza las causas de nuestras tristes consecuencias... Iván.

AMAURY,  1 de septiembre de 2010, 17:25  

gracias por la explicacion

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