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06 septiembre 2010

Detrás del Telón

Por: Iván


LOS HÉROES EN NUESTRA DRAMATURGIA


Continuamos y finalizamos en esta entrega con el estudio de la heroicidad en los escritos dramáticos dominicanos. En el capítulo anterior desarrollé una relación de la dramaturgia de este tema hasta la Era de Trujillo. Continuamos hoy con la enumeración y lanzamos las conclusiones de la tesis.

Finalizada la “era”, hay una producción más amplia. El mismo Franklin Domínguez a quien ya me referí escribirá “Se busca un hombre honesto”, “El primer voluntario de junio”, “Duarte, fundador de una República” y “Cuando los héroes quedaron solos”. A pesar del aliento patriótico el tono no deja de ser pesimista. Algo similar sucede con su “Duarte, Fundador de una República”, retrato cuclópeo de nuestro magno Padre de la Patria, quien, a pesar de un hermoso final en la obra, no logra desprenderse del fracaso provocado pos los egoísmos circunstanciales.

Aída Cartagena Portalatín nos lee su “Odio total Euménides”; obra en la cual se retoma la heroicidad femenina; pero más bien como una propuesta o agitación que como un resultado.

Manuel Rueda nos da una heroína algo popular en “Entre alambradas”; la cual es tristemente triunfante. En su obra “El rey Clinejas”, el protagonista, un tanto personaje legendario, es héroe triunfante. En la postrimería de su vida nos dará otra heroína, completamente trágica en su “Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca”.

Un emigrado, José María García Rodríguez, se inscribe en la heroicidad popular con “Los Gavilleros”. Es su producción, en cierta manera, premonitoria de lo que hará Jaime Lucero con sus obras “Mamasié”, “Los gavilleros”, “Papá Liborio” y “Cuentos del callejón de la Yaya”, que son verdaderamente representativas del protagonismo del pueblo llano.

Máximo Avilés Blonda tiene su héroe fracasado en “La Otra estrella en el Cielo”; en “Yo, Bertolt Brecht” la heroicidad podría estar representada por el conjunto; en “Pirámide 179” la característica como víctimas indefensas de un destino socio-político que no es enfrentado ni consciente ni valientemente por los dos protagonistas, debilita su estatura.

Marcio Veloz Maggiolo, en “Creonte”, importantiza el protagonista negativo, y en “Y después las cenizas”, no hay heroicidad, sino más bien resultado de la negatividad.

Rafael Vásquez con “¿Estamos de acuerdo?, sí señor”, satiriza la sumisión.

Iván García Guerra es, quizás, quien más se ha ocupado del análisis del héroe, aunque en la mayoría de sus obras también presente el lado negativo de estos, sus dificultades para llegar a serlo o las deficiencias y circunstancias que se lo impiden: el Prometeo de “Más allá de la búsqueda”, sigue un patrón heleno aunque resulta, si bien no triunfante, a lo menos esperanzado; “Los hijos del Fénix” producen un experimento triunfante, pero al héroe sólo lo conocemos por referencia, sus hijos, colectivamente, son la encarnación de la heroicidad; en “Don Quijote del todo el Mundo” hay desgracia y desesperanza para los depositarios del sacrificio que hace perecer al héroe; Un Héroe más para la mitología” satiriza a los protagonistas de la historia, dos de ellos, considerados como tales, no son más que caricaturas, y uno, que podría ser la encarnación de las esperanzas populares, en realidad no ha existido nunca; en la trilogía conceptual: “Los tiranos”, “Muerte del héroe” e “Interioridades”, presenta héroes defectuosos que en algún momento desearon ser honestos; en “Andrómaca” hay una heroína… fracasada, al igual que la contraparte masculina en “Soberbia”; el Judas de “Natifixión” está demasiado aplastado por el destino para lograr ser un héroe; “Vivir, buena razón” representa la vida y la muerte de las esperanzas en la generación de la “Guerra de Abril”; en “Memorias de Abril”, sobre el mismo tema, surgen héroes y heroínas anónimos, triunfadores a su modo de las circunstancias adversas.

Carlos Acevedo, en ”Los clavos”, nos presenta antihéroes, Efraín Castillo hace algo similar en “Los lectores del desván”. A Haffe Serulle se le hace algo cuesta arriba la heroicidad en “Leyenda de un pueblo que nació sin cabeza”, “El hatero del Seybo – Pedro Santana”, “Duarte” y “La danza de Mingó”. Jesús Rivera socializa el heroísmo en “Vivencias de un viejo barrio”, y en “El condenado” se une a la tendencia general; Reynaldo Disla tiene demasiado sentido del humor negro o demasiada amargura suave para producir héroes tradicionales en sus obras: “Retablo vivo del Doce de Octubre”, “Las despoblaciones”, “Un comercial para Máximo Gómez” y “Bolo Francisco” (quizás la que más se acerca al concepto pretendido), Giovanni Cruz, en “El Sucesor”, nos presenta la dimensión del héroe malvado; Carmen Quidiello, en “El Peregrino o la historia de la capa tornasolada” narra la epopeya triste de su esposo Juan Bosch, y en “Alguien espera junto al puente” se une a los lamentos que producen el fracaso.

Los que podríamos considerar “Grupos”, que surgen con intenciones transformadoras: Gratey, con “Mi primera manifestación” y “Regina express”; Gayumba, con “Huelga”; Grupo Tetraico, con “Fanobrero”; y Las Cuatro Puntas (Teatro Estudiantil, Teatro Obrero, Tercer Grupo y Círculo Escena, reparten la heroicidad que toca a poco, según el buen estilo de la izquierda revolucionaria.

En las nuevas promociones, que no mencionaré, parece ser más importante la situación que el ser humano; diría que no está presente en sus producciones ni el héroe ni el heroísmo. Y esto no es más que un reflejo de una depresiva generación que comprueba, sin darse cuenta, el horrible fracaso de una democracia representativa que se le vende como solución.

Ahora, después de este rápido y superficial recorrido, a manera de conclusión provisional, repito que nuestro teatro no ha logrado eludir el juicio peyorativo que deviene de la observación pesimista de la historia, lo cual lo ha conducido a una visualización igualmente negativa de los personajes protagónicos, al menos en la mayoría de los casos.

Y es que el héroe de la escena es un reflejo del héroe en la historia (o del que ésta no registra, pero que estuvo allí).

Tenemos un héroe nuestro, heredero de aquel del clasicismo griego; pero conformado y dominicanizado por las incidencias de nuestras búsquedas como pueblo, a veces no consciente, muy responsable por momentos, dramático siempre y en ocasiones trágico.

Es el representante de un ser local propio, si bien minoritario; capaz de constituirse en agitación y guía; muy hábil para ser modelo revolucionador de su tiempo.

Esto es una propuesta. Si alguien quiere discutir, quiero que se atreva a hacerlo. Las disquisiciones activas son la mejor manera de llegar a la verdad.


Hasta la próxima semana.

1 comentarios:

mirna,  6 de septiembre de 2010, 15:44  

el dominicano es una lucha dentro de la tragico. el nihilismo es permanente, no creemos en nada ni en nadie y nuestras promesas de jovenes y viejos lideres son los grandes culpables.

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